Pasará lo mismo con los strap on. Hoy por hoy ver a un hombre siendo enculado sumisamente por una mujer ataviada con un robusto cinturón-polla es considerado una rareza. Para muchos, una perversión o un tic gay, como sucedía hace poco con los travelos. Aun así, poco a poco va ganando en popularidad. La serie Strap Attack, de Joey Silveria, ya va por la decimoquinta entrega y cuenta con un público cada vez mayor y más amplio. Y esto es solo el principio.
Es difícil descubrir que nos depara el futuro. El porno, como la ciencia, avanza dando grandes zancadas (a veces dando tumbos, como un borracho). Sumergido de lleno en la era de la información, el cine x cambia más en un año de lo que ha hecho en décadas enteras. El sexo anal clásico ha dado paso a chicas expulsando manzanas por el culo. Una película sin eyaculación femenina ya nos parece sosa. Todo se vuelve cada vez más extremo y raro.
Hay quien dice que en este mundo todas las cosas son cíclicas, y que en breve se impondrá una vuelta a lo convencional. Al sexo simple, desnudo de tanto artificio. Como prueba señalan que cada vez hay más actrices que no se depilan del todo, como si el hecho de tener pelo en el chumino, a parte de darles un aspecto vagamente vintage, fuese una auténtica reivindicación, una lucha ideológica. Tal vez sea así, aunque lo dudo. No sé si volver a los polvos normales tendrá acogida entre unos espectadores deseosos de que se rice el rizo. Una vez la bola de nieve empieza a rodar montaña abajo, aunque se puede parar, es imposible que vuelva a su tamaño original exacto y a su punto de salida.