Las chicas no se cortaban, y eran capaces de organizar desde un lésbico hasta una meada, pasando por fist fuckings, vomitonas y otras lindezas. En sus actuaciones los consoladores eran instrumentos tan comunes –e imprescindibles – como las guitarras. Paradójicamente, las Rockbitch se alejaban de la clásica heavy girl: cuerpos bien torneados y caras bonitas. La mayoría habrían podido dedicarse al rodaje de películas porno.
La banda se autodenominaba pagana, matriarcal y feminista. Las rock slut se consideraban a sí mismas sacerdotisas, e incluso tenían a una esclava sexual –más tarde sería la guitarrista del grupo-, sobre la cual recaían buena parte de sus enfermizas prácticas. Al parecer vivían en una especie de comuna new age, donde no existían barreras sexuales ni tabúes, y en la cual también había unos pocos varones (quizá afortunados, quizá no).
Su público estaba compuesto mayormente por moteros, heavies de todas las edades, pajilleros y cuarentones calvos que en su vida habían pisado un concierto de rock duro. Prácticamente no había mujeres. En mitad de las actuaciones una de las chicas lanzaba un condón dorado (?!) al público, regalando a la persona que lo recogiese un rato de sexo en el backstage. Cada provocación de la banda no hacía más que añadir leña a un fuego ya de por sí enorme.
A medida que su popularidad crecía su grado de salvajismo era mayor, y cada vez era más difícil encontrar un sitio donde actuar. Alemania, Noruega e Inglaterra, además de varios países de Europa del Este fueron los primeros países en países en prohibirles actuar. También recibieron avisos de las fuerzas del orden británicas y amenazas de grupos ultraconservadores. En 2003 la banda sucumbió a las presiones y abandonaron sus actuaciones. Más de uno respiró aliviado.