Las novias llevan velo en la ceremonia nupcial desde la antigua Grecia, puesto que se creía que dicha prenda protegía a la futura esposa del mal ojo de una posible rival. Es por ello que el novio no podía quitárselo hasta que ya se había dado el “si quiero” cuando la envidiosa de turno ya no tenía nada que hacer, ya que, por entonces, no existía el divorcio. Ahora es, obviamente, un mero adorno.